El Barrio Latino

Se ubica en la orilla izquierda del Sena, y debe su nombre a los estudiantes de la Sorbona, que vivían allí en el medievo y hablaban en latín. A mediados de 1800, los escritores y artistas se reunían en los cafés y bares del Barrio Latino. Verlaine, Sawa, Rimbaud y otros, acudían a beber y pasear por ese lugar. Era una bohemia teñida de anarquismo y marginalidad donde se buscaba el placer de los paraísos artificiales.


Montparnasse

Montparnasse se hizo famoso a comienzos del siglo XX, en los años llamados Années Folles (los años locos), cuando era el corazón de la vida intelectual y artística de París. De 1910 al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los círculos artísticos parisinos migraron a Montparnasse, una alternativa al distrito de Montmartre que había sido el caldo de cultivo de la anterior generación de artistas. Pintores prácticamente sin dinero, escultores, escritores, poetas y compositores vinieron del mundo entero para prosperar en la atmósfera creativa, y por el alquiler barato en comunas de artistas como La Ruche. Viviendo sin agua corriente, en estudios húmedos, sin calefacción, raras veces sin ratas, muchos vendían sus trabajos por unos francos solamente para comprar comida. Jean Cocteau una vez dijo que la pobreza era un lujo en Montparnasse. Algunos artistas que se mudaron a Montparnasse fueron Pablo Picasso, Guillaume Apollinaire, Jean Cocteau, Erik Satie, Marc Chagall, Max Jacob, Amedeo Modigliani, Marcel Duchamp, Juan Gris, Diego Rivera, André Breton, Jules Pascin, y, en sus años de declive, Edgar Degas.

Montparnasse era una comunidad donde la creatividad era acogida con todas sus excentricidades, la llegada de cada nuevo miembro era bienvenida sin reservas por quienes ya pertenecían a la comunidad.

© PepeMadrid

La Absenta

Entre los años 1880 y 1914, muchos artistas de fines cedieron ante la poderosa tentación de la absenta. Conocido como "La Fée Verte" o el hada verde, este mítico brebaje alcanzó su máxima popularidad cuando la bohemia lo convirtió en su musa favorita. Vincent van Gogh, Gauguin, Baudelaire, Manet, Picasso, Degas, Toulouse Lautres, Sawa, Rimbaud, Paul Verlaine... fueron algunos de sus más ardientes bebedores. Ellos prefirieron la absenta por ser el más potente y místico de todos los licores: una bebida amarga a la que se le atribuían poderes inspiradores y mágicos, y que rápidamente se convirtió en la vedette de la fiesta parisina. Con su maravilloso color verde, y su amargo y fuerte sabor, se convertirá de inmediato en un símbolo de la rebeldía de la época. Este carácter revolucionario se agudizará aún más cuando el licor se prohibe en 1915 en Francia y en casi todo el resto del mundo, obligando a sus usuarios a comprarlo en forma ilegal o en farmacias, donde el absenta se venderá como "tónico para el pelo".


La Amarga Musa Verde

Los artistas la llamaron musa verde, ninfa, opalina. Muchos de ellos se inspiraron en su maravilloso color verde transparente, y se iluminaron con su amargo sabor. Compuesto de licor de anís y agrias hojas de ajenjo (Artemisia absinthum), este fuerte brebaje era endulzado con suaves hierbas como la verónica, el hisopo, el hinojo, la angélica, el cilantro y la mejorana, las que le daban su característico color verdoso y un olor acaramelado. El ajenjo aportaba el sabor agrio y la textura lechosa, además de los altos grados de alcohol que tiene este licor. Sin lugar a dudas, uno de los mayores atractivos estaba en el ritual de su consumo. Para tomarlo había que usar una cuchara especial, un vaso alto y transparente, agua fría y azúcar. En el vaso se servía una medida del licor verde, y sobre él se suspendía la cuchara con el cuadrado de azúcar en su punta. Entonces, delicadamente se echaba el agua en esta especie de espátula, y goteaba un dulce hilo blanco sobre el amargo licor. Cada gota de agua ponía al vaso de un color más amarillo y cristalino, y de un sabor más suave y acaramelado: un proceso alquímico que no cansaba de maravillar a sus seguidores. Pero también podía beberse de otras maneras. Toulouse-Lautrec, por ejemplo, preparaba un brebaje llamado "atremblement de terre", un terremoto que mezclaba el absinthe con el coñac. Otros lo tomaban con vino blanco o tinto, en vez del agua, e incluso algunos valientes lo pedían absolutamente solo. Como sea que lo tomaran, todos sus seguidores entraron al absenta como quien se integra a una cofradía, donde cada día llegaban nuevos miembros dispuestos a probar la verde tentación. A las cinco de la tarde, la bohemia se reunía sagradamente para tomar su absenta. La llamada "hora verde" era el ritual obligado en los cientos de cafés y clubes de París: el momento para hablar, beber, divagar y reír con los amigos en torno a la botella de licor verdoso. Los artistas de la época, rápidamente, se unieron a esta práctica, y el vaso de ajenjo pasó a ser un símbolo del espíritu bohemio de esos años. Para ellos la absenta era más que una simple bebida, era la musa de las artes, la diosa que estimulaba su creatividad. Hoy se sabe que este poder inspirador lo produce el ajenjo, en especial por uno de sus compuestos, la trujona, que provoca efectos narcóticos similares a la marihuana. El absenta era como una droga, pero era legal y se podía tomar libre y tranquilamente. Y ahí comenzaron los problemas.

El licor de ajenjo se consideró una mala influencia. Está el caso de Alfred Jarry, quien rezaba a la absenta como a un dios y se paseaba en bicicleta pintado de verde; Rimbaud y Verlaine, quienes después de beberla, se ponían a practicar juegos extremadamente crueles; Toulouse-Lautrec, que necesitaba estar borracho de ajenjo para olvidar su apariencia física. Todos ellos, que llegaron a la absenta buscando inspiración, compañía y tranquilidad, terminaron convirtiéndose en víctimas de la musa verde y en sus efectos. Pero la absenta no fue prohibida sólo por sus efectos narcóticos (de hecho otros licores también contienen ajenjo y siguen consumiéndose hasta el día de hoy). Se cree que lo que realmente se estaba buscando era bajar los altos índices de consumo de alcohol en Francia, y en especial el uso de licores destilados. Y qué mejor que prohibir la absenta, el aperitivo favorito de los cafés parisinos: la bebida más popular y barata, la más llamativa y tóxica de todas. El vino, en cambio, era considerado saludable y natural, y aunque se tomara en abundancia, nunca fue condenado por sus grados de alcohol.

Hay quienes creen que la absenta fue prohibida por representar todo lo que las autoridades odiaban y debían combatir en esa época. Representaba a los antipatriotas (mientras el vino era sinónimo de Francia), representaba a la bohemia y sus escándalos, a los artistas y sus locuras, la droga y la evasión, y también la tan temida liberación femenina. Porque la absenta fue la primera bebida alcohólica permitida para las mujeres, la única que ellas se atrevían a tomar públicamente en los bares, y por eso se consideró una amenaza. El hecho de que las mujeres frecuentaran los bares, compartieran sus mesas con hombres y tomaran absenta era un nuevo signo de la modernidad, y para muchos hombres esta liberación femenina era una amenaza que había que parar. Y una manera de lograrlo fue prohibirlo. Hay una cita de Oscar Wilde que dice: «¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?»

© Soledad Rodillo


Le Lapin Agile

Empezó llamándose Cabaret de los Asesinos, y debe su nombre a un juego de palabras entre Gill y lapin (conejo). El propietario encargó al caricaturista André Gill un emblema para el local, y éste pintó un conejo escapándose de una cazuela. El cabaret comenzó a ser conocido como "Lapin a Gill" (el conejo de Gill), y luego se transformó en Lapin Agile (el conejo ágil). Lo compró Aristide Bruant y se lo confió a Père Frédé, un compañero, músico, poeta, pintor y ceramista, que lo convirtió en un cabaret literario para bohemios. Antes de dirigir el cabaret, Frédé vagaba por Montmartre, con su burro, vendiendo pescado. Era muy querido por los artistas, impregnaba el local de su alegría de vivir, su sentido de la fiesta, su amor por el arte y por los artistas o libertarios sin un duro. Eran asiduos al local Renoir, Verlaine, Maurice Utrillo, Braque, Modigliani, Bruant, Forain, Picasso y Toulouse-Lautrec.html. En verano, los clientes cenaban en una pequeña terraza, bajo la vieja acacia, por sólo dos francos, incluyendo el vino. Incluso se convirtió en una costumbre celebrar en él la inauguración de exposiciónes o algún entierro. En el interior del Lapin Agile había una habitación donde estaba la barra, y detrás una sala con chimenea, y, casi en la penumbra, se podían ver obras de algunos pintores como pago de sus deudas. Frédé tenía buen gusto por la decoración y convirtió todo en un lugar placentero, como por ejemplo, cubría las lámparas colgantes con un pañuelo rojo para crear un ambiente íntimo. La primera vez que fueron Apollinaire y Max Jacob al local era una noche fría de invierno y nevaba, y Frédé los dio una botella de vino caliente con canela. Les encantó el sitio y la amabilidad que tenía. A partir de 1922 se transformó en un lugar de espectáculos más organizado, con actuaciones de cantautores franceses, sirviendo el mismo licor de cerezas de antaño.

Moulin de la Galette

Llevó este nombre por la pequeña galleta de maíz de centeno (galette) que se ofrecía en compañía de un vaso de leche a los visitantes de la colina de Montmartre. Y es que , en un principio sirvió para moler el trigo y prensar uvas, pero cuando la bohemia parisina se asentó en Montmartre , se convirtió en una especie de cabaret de intensísima vida nocturna. Los bailes eran por la tarde los domingos y festivos, empezaban a las tres y duraban hasta pasada la medianoche, alumbrados por farolas e hileras de lámparas de gas. El ambiente seguía siendo el que correspondía a un baile de barrio, populachero y campechano, pero al caer la noche todo cambiaba. Los alrededores del Moulin se convertían en un sitio peligroso. Las calles y los descampados anexos, solitarias y poco iluminadas por las farolas de gas, se plagaban de personajes infectados por el alcohol, la prostitución y la miseria. El salón pronto se llena de gente, de artistas en busca de ideas y nuevas emociones, literatos, prostitutas y obreros. Se crea una atmósfera densa y neblinosa, huele a vino, a perfume barato y a tabaco. En el exterior hace frío y cae una fina llovizna que hace brillar las peladas y oscuras ramas de las acacias del jardín débilmente iluminado por algunas luces. La música suena estridente desde el estrado y la luz de las guirnaldas de farolillos, y las lámparas centellean sobre el techo y los fondos oscuros del nivel superior. En los márgenes hay grupos que charlan en pie, y veladores con parejas que se besan o en los que las vieja celestinas ofrecen los favores de sus jóvenes acompañantes, regateando con algunos de los clientes. Fueron clientes asiduos Renoir, Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Pablo Picasso, Maurice Utrillo, Ramón Casas y Santiago Rusiñol. En 1915, cierra sus puertas a la historia.

Bateau Lavoir

Situado en la Rue Ravignan, en Montmartre, Picasso se instala en él en 1904. Era un edificio de madera destartalado, coronando la calle con las chimeneas de sus estufas, que sobresalían de los tejados. Adentro, con poca luz, helado en invierno y un horno en verano, y con un baño para todos los inquilinos: Juan Gris, Modigliani, Max Jacob, Matisse, Braque, Derain, Van Dongen, Dufy, Maurice Utrillo, Apollinaire, Gertrude Stein. Esa fue la cuna del cubismo, y el escenario perfecto para la bohemia. Uno de los biógrafos de Picasso describe así el taller:

"Un lugar donde todo olía a trabajo y desorden, con un somier de cuatro patas en un rincón, una pequeña estufa de hierro, oxidada, soportando un barreño de tierra cocida que servía de lavabo, al lado mismo, en una mesa de madera blanca, una toalla y un pedazo de jabón. En otro rincón un baúl mísero pintado de negro constituido en asiento poco cómodo. Una silla de paja, caballetes, telas de todos los tamaños, tubos de colores desperdigados por el suelo, pinceles, recipientes con aguarrás, ninguna cortina, todo ello encima de un entarimado en estado de putrefacción. Pero en este miserable taller, y rodeado de los constantes ruidos callejeros, pintó Picasso los fantásticos cuadros de su magnífico período azul".

Allí cantaban, pintaban, recitaban poemas, bebían, bailaban hasta la madrugada, felices de ser jóvenes y de estar llenos de proyectos.

Café La Nouvelle Athènes

Hacia 1870, después de la guerra, el grupo de artistas que formaba la tertulia del Café Guerbois, trasladó su habitual lugar de reuniones al Café La Nouvelle-Athènes, situado en la Place Pigalle de Montmartre, y sobre 1880 empezaron a acudir Van Gogh, Seurat, Gauguin, Toulouse-Lautrec y Matisse. A finales del siglo XIX, el café cierra sus puertas, y fue cambiando de dueño, de diseño y de nombre varias veces, pero ya no tenían nada que ver con aquel café de antaño.

Le Chat Noir

Fue inaugurado en 1881 en el boulevard Rouchechouart por Rodolphe Salis, un modesto limonero de provincias había llegado a París con muchas ilusiones. Un buen día tuvo la idea de crear un espacio en el que la bebida y la cultura se encontraran. El nombre del local, procedía de un gato negro perdido que Salis encontró mientras estaba acondicionando el lugar. O, al menos, eso fue lo que dijo. Los inicios fueron descorazonadores. El proyecto era brillante, pero el local distaba mucho de satisfacer las expectativas. El vino servido era infame y la decoración interior del local dejaba mucho que desear. Poco a poco, los ingresos se multiplicaron, y Salis fue mejorando la decoración del lugar. Entre sus clientes estaban Émile Goudeau, Debussy, Maupassant, Paul Signac, Erik Satie, Steinlen, Willette, Lautrec y Paul Verlaine. Uno de los primeros grupos que trasladaron su tertulia al local fue la secta de los “hidrópatas” de Émile Goudeau. Su llegada animó el lugar y estimularon a la bohemia parisina a acudir allí. El elemento de unión de los miembros del club era debatir sobre sus especialidades y profesar un rechazo absoluto al agua como bebida en beneficio del alcohol. Eran frecuentes las bromas pesadas y los pequeños disturbios tanto dentro como fuera del local. El local de Salis, nunca fue el lugar más adecuado para los honestos pequeño-burgueses parisinos. Esto no impidió que la burguesía y personalidades relevantes de otros países acudieran en busca de conocer a la élite intelectual parisina. El futuro rey Eduardo VII estuvo allí, sufriendo alguna que otra burla de la enloquecida bohemia que lo frecuentaba. En el fondo del cabaret, una discreta puerta lateral llevaba al “Instituto”, oscuro cuchitril utilizado como camerino y “pensador” para los artistas, los cuales muchas veces terminaban sus poemas en ese lugar. Poco después, Salis trasladó el bar de lugar. El Chat Noir pasó en 1885 al número 12 de la rue Victor Massé. Allí se bebía absenta hasta el delirio. La revista de los hidrópatas se vendía casi tanto como el alcohol. Salis decidió instalar el primer piano que se vio en un cabaret. Un joven con barba tocaba el piano, Claude Debussy, y poco tiempo después Eric Satie le ayudaría y reemplazaría. Se hacían espectáculos de teatro de sombras, que consistía en generar efectos de luces de colores proyectadas sobre una pantalla sobre siluetas recortadas. El local se volvió a quedar pequeño, y Chat Noir se trasladó definitivamente al boulevard Clichy.

© Ernesto Milà

Café Guerbois

Fue uno de los templos de la vanguardia artística parisina. Hacían tertulias a las que acudían artistas, pintores, escritores y músicos. Las noches de los jueves estaban reservadas especialmente para sus reuniones. El centro la tertulia era Edouard Manet, siempre acompañado de amigos. Allí se ven casi a diario Guy de Maupassant, Mallarmé, Zola, Baudelaire, Edgar Degas, Monet, Pissarro, Renoir, Cézanne y Bazille. El Café era un pequeño lugar ruidoso lleno de mesas de mármol, sillas de metal, paredes de madera y humo. En un extremo, detrás de la barra, jóvenes señoritas servían las consumiciones. Manet escribía así sobre las tertulias del Guerbois:

"Nada pudo haber sido más estimulante que los debates regulares que acostumbrábanos tener allí, con sus constantes divergencias de opinión. Mantenían aguzado nuestro ingenio, y nos proporcionaban una reserva de entusiasmo que nos duraba semanas y nos sostenía hasta que se concretaba en la realización de una idea. De esas discusiones emergíamos con una decisión fortalecida y con nuestros pensamientos más claros y mejor definidos".

El Guerbois pasó de moda después de 1870, y a partir de entonces, las tertulias se harían en el Café "La Nouvelle-Athénes".

Fantin-Latour. Un estudio en Batignolles. 1870


Esta obra no es del Café Guerbois, pero representa un poco de lo que significaron aquellas tertulias, ya que muestra algunos de los artistas que las frecuentaron. Manet está en el centro, sentado ante un caballete. De pie, en primer plano, Bazille acompañado de Claude Monet, que mira al espectador. A la derecha de Bazille, el músico Edmond Maître y el escritor Émile Zola. Renoir y Otto Schölderer completan la galería de personajes.

Moulin Rouge

En el lugar que antes ocupaba el antiguo cabaret la “Reine Blanche”, en 1889 abre sus puertas el Moulin Rouge en el barrio de Pigalle, a los pies de Montmartre. En la azotea, un molino rojo gigante de aspas móviles daba la bienvenida. Acudían todas las clases sociales, tanto a los de la clase baja como a la intelectual y burguesa. La vedette Celeste Mogador inventó la famosa Quadrille, ese baile endiablado que volvería locos a los parisinos y que daría origen al Can-Can, siendo la bailarina más célebre y escandalosa La Goulue, inmortalizada por Lautrec, cliente habitual del local. Allí se reunían magnates, artistas, bohemios, aventureros, intelectuales, prostitutas, y toda la fauna que deambulaba buscando acceder a la diversión y a los placeres prohibidos. Era como el arca de Noé. Hacia 1902, las desavenencias entre sus fundadores y la competencia con otros establecimientos, provocaron el fin de los bailes del Moulin Rouge, y se convirtió en un club nocturno. En 1915, después de un periodo de dificultades económicas y varias quiebras, el local fue arrasado por las llamas en un incendio. Reconstruido en 1922, lo transformaron en uno de los más célebres music-halls. Hoy sobrevive alimentado por su antigua gloria, como una leve y triste sombra de su pasado, convertido en un irremediable pastiche turístico.

"Osaría algunas veces salir de mi sepulcro para ir a las sesiones de jazz nocturno de París, donde asimilando por los colores, reflexionaría acerca de ellos en frente del fuego. Yo podría ser visto caminando a través de un pasillo fúnebre de mi casa, y descendiendo por una oscuro espiral de escarpadas escaleras; acometiendo clandestinamente a Montmartre, impaciente por ver los rubíes ardientes del cruce del Moulin Rouge. Vagué por ahí, luego compre una entrada para observar el delirio frenesí de plumas, vulgares labios pintados y pestañas negras y azules. Pies desnudos, muslos, brazos, y los pechos se arrojaban sobre mí a través de espuma roja-sangre de ropas translúcidas. Los tuxedos y las narices torcidas vestidas en chalecos blancos y pañoletas que llenarían el pasillo, con sus manos plantadas en los bastones. Entonces me hallé a mí mismo en un pub, donde los licores eran servidos en un féretro (no en una mesa) por el mismísimo diablo: «bébala, desgraciado!» Habiendo bebido, volví bajo el cielo negro dividido por las franjas llameantes, con las cuales las agujas radiantes de mis pestañas marcaron. Delante de mi nariz una corriente de bombines y velos negros seguían su pulsación, espumeando verde azulado y naranja cálido de las plumas que llevaban las bellezas de la noche: para mí ellos eran todos uno mismo, pues tuve que cerrar mis ojos por la insoportable radiación de las lámparas eléctricas, cuyas agitadas llamas estarían bailando debajo de mis párpados nerviosos por muchas noches por venir...". (Andrey Bely sobre el Moulin Rouge, 1906.)



 
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