La Absenta

Entre los años 1880 y 1914, muchos artistas de fines cedieron ante la poderosa tentación de la absenta. Conocido como "La Fée Verte" o el hada verde, este mítico brebaje alcanzó su máxima popularidad cuando la bohemia lo convirtió en su musa favorita. Vincent van Gogh, Gauguin, Baudelaire, Manet, Picasso, Degas, Toulouse Lautres, Sawa, Rimbaud, Paul Verlaine... fueron algunos de sus más ardientes bebedores. Ellos prefirieron la absenta por ser el más potente y místico de todos los licores: una bebida amarga a la que se le atribuían poderes inspiradores y mágicos, y que rápidamente se convirtió en la vedette de la fiesta parisina. Con su maravilloso color verde, y su amargo y fuerte sabor, se convertirá de inmediato en un símbolo de la rebeldía de la época. Este carácter revolucionario se agudizará aún más cuando el licor se prohibe en 1915 en Francia y en casi todo el resto del mundo, obligando a sus usuarios a comprarlo en forma ilegal o en farmacias, donde el absenta se venderá como "tónico para el pelo".


La Amarga Musa Verde

Los artistas la llamaron musa verde, ninfa, opalina. Muchos de ellos se inspiraron en su maravilloso color verde transparente, y se iluminaron con su amargo sabor. Compuesto de licor de anís y agrias hojas de ajenjo (Artemisia absinthum), este fuerte brebaje era endulzado con suaves hierbas como la verónica, el hisopo, el hinojo, la angélica, el cilantro y la mejorana, las que le daban su característico color verdoso y un olor acaramelado. El ajenjo aportaba el sabor agrio y la textura lechosa, además de los altos grados de alcohol que tiene este licor. Sin lugar a dudas, uno de los mayores atractivos estaba en el ritual de su consumo. Para tomarlo había que usar una cuchara especial, un vaso alto y transparente, agua fría y azúcar. En el vaso se servía una medida del licor verde, y sobre él se suspendía la cuchara con el cuadrado de azúcar en su punta. Entonces, delicadamente se echaba el agua en esta especie de espátula, y goteaba un dulce hilo blanco sobre el amargo licor. Cada gota de agua ponía al vaso de un color más amarillo y cristalino, y de un sabor más suave y acaramelado: un proceso alquímico que no cansaba de maravillar a sus seguidores. Pero también podía beberse de otras maneras. Toulouse-Lautrec, por ejemplo, preparaba un brebaje llamado "atremblement de terre", un terremoto que mezclaba el absinthe con el coñac. Otros lo tomaban con vino blanco o tinto, en vez del agua, e incluso algunos valientes lo pedían absolutamente solo. Como sea que lo tomaran, todos sus seguidores entraron al absenta como quien se integra a una cofradía, donde cada día llegaban nuevos miembros dispuestos a probar la verde tentación. A las cinco de la tarde, la bohemia se reunía sagradamente para tomar su absenta. La llamada "hora verde" era el ritual obligado en los cientos de cafés y clubes de París: el momento para hablar, beber, divagar y reír con los amigos en torno a la botella de licor verdoso. Los artistas de la época, rápidamente, se unieron a esta práctica, y el vaso de ajenjo pasó a ser un símbolo del espíritu bohemio de esos años. Para ellos la absenta era más que una simple bebida, era la musa de las artes, la diosa que estimulaba su creatividad. Hoy se sabe que este poder inspirador lo produce el ajenjo, en especial por uno de sus compuestos, la trujona, que provoca efectos narcóticos similares a la marihuana. El absenta era como una droga, pero era legal y se podía tomar libre y tranquilamente. Y ahí comenzaron los problemas.

El licor de ajenjo se consideró una mala influencia. Está el caso de Alfred Jarry, quien rezaba a la absenta como a un dios y se paseaba en bicicleta pintado de verde; Rimbaud y Verlaine, quienes después de beberla, se ponían a practicar juegos extremadamente crueles; Toulouse-Lautrec, que necesitaba estar borracho de ajenjo para olvidar su apariencia física. Todos ellos, que llegaron a la absenta buscando inspiración, compañía y tranquilidad, terminaron convirtiéndose en víctimas de la musa verde y en sus efectos. Pero la absenta no fue prohibida sólo por sus efectos narcóticos (de hecho otros licores también contienen ajenjo y siguen consumiéndose hasta el día de hoy). Se cree que lo que realmente se estaba buscando era bajar los altos índices de consumo de alcohol en Francia, y en especial el uso de licores destilados. Y qué mejor que prohibir la absenta, el aperitivo favorito de los cafés parisinos: la bebida más popular y barata, la más llamativa y tóxica de todas. El vino, en cambio, era considerado saludable y natural, y aunque se tomara en abundancia, nunca fue condenado por sus grados de alcohol.

Hay quienes creen que la absenta fue prohibida por representar todo lo que las autoridades odiaban y debían combatir en esa época. Representaba a los antipatriotas (mientras el vino era sinónimo de Francia), representaba a la bohemia y sus escándalos, a los artistas y sus locuras, la droga y la evasión, y también la tan temida liberación femenina. Porque la absenta fue la primera bebida alcohólica permitida para las mujeres, la única que ellas se atrevían a tomar públicamente en los bares, y por eso se consideró una amenaza. El hecho de que las mujeres frecuentaran los bares, compartieran sus mesas con hombres y tomaran absenta era un nuevo signo de la modernidad, y para muchos hombres esta liberación femenina era una amenaza que había que parar. Y una manera de lograrlo fue prohibirlo. Hay una cita de Oscar Wilde que dice: «¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?»

© Soledad Rodillo


 
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