Moulin Rouge

En el lugar que antes ocupaba el antiguo cabaret la “Reine Blanche”, en 1889 abre sus puertas el Moulin Rouge en el barrio de Pigalle, a los pies de Montmartre. En la azotea, un molino rojo gigante de aspas móviles daba la bienvenida. Acudían todas las clases sociales, tanto a los de la clase baja como a la intelectual y burguesa. La vedette Celeste Mogador inventó la famosa Quadrille, ese baile endiablado que volvería locos a los parisinos y que daría origen al Can-Can, siendo la bailarina más célebre y escandalosa La Goulue, inmortalizada por Lautrec, cliente habitual del local. Allí se reunían magnates, artistas, bohemios, aventureros, intelectuales, prostitutas, y toda la fauna que deambulaba buscando acceder a la diversión y a los placeres prohibidos. Era como el arca de Noé. Hacia 1902, las desavenencias entre sus fundadores y la competencia con otros establecimientos, provocaron el fin de los bailes del Moulin Rouge, y se convirtió en un club nocturno. En 1915, después de un periodo de dificultades económicas y varias quiebras, el local fue arrasado por las llamas en un incendio. Reconstruido en 1922, lo transformaron en uno de los más célebres music-halls. Hoy sobrevive alimentado por su antigua gloria, como una leve y triste sombra de su pasado, convertido en un irremediable pastiche turístico.

"Osaría algunas veces salir de mi sepulcro para ir a las sesiones de jazz nocturno de París, donde asimilando por los colores, reflexionaría acerca de ellos en frente del fuego. Yo podría ser visto caminando a través de un pasillo fúnebre de mi casa, y descendiendo por una oscuro espiral de escarpadas escaleras; acometiendo clandestinamente a Montmartre, impaciente por ver los rubíes ardientes del cruce del Moulin Rouge. Vagué por ahí, luego compre una entrada para observar el delirio frenesí de plumas, vulgares labios pintados y pestañas negras y azules. Pies desnudos, muslos, brazos, y los pechos se arrojaban sobre mí a través de espuma roja-sangre de ropas translúcidas. Los tuxedos y las narices torcidas vestidas en chalecos blancos y pañoletas que llenarían el pasillo, con sus manos plantadas en los bastones. Entonces me hallé a mí mismo en un pub, donde los licores eran servidos en un féretro (no en una mesa) por el mismísimo diablo: «bébala, desgraciado!» Habiendo bebido, volví bajo el cielo negro dividido por las franjas llameantes, con las cuales las agujas radiantes de mis pestañas marcaron. Delante de mi nariz una corriente de bombines y velos negros seguían su pulsación, espumeando verde azulado y naranja cálido de las plumas que llevaban las bellezas de la noche: para mí ellos eran todos uno mismo, pues tuve que cerrar mis ojos por la insoportable radiación de las lámparas eléctricas, cuyas agitadas llamas estarían bailando debajo de mis párpados nerviosos por muchas noches por venir...". (Andrey Bely sobre el Moulin Rouge, 1906.)



 
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