Marcel nació en Blainville-Crevon, cerca de Rouen, en el seno de una familia burguesa aficionada al arte. Empieza a asistir a clases de dibujo en el liceo. Su hermano Gaston (Jacques Villon) había alcanzado cierta fama como pintor de carteles en París, en la época en la
que descollaba Toulouse-Lautrec. Y Marcel, que admiraba a su hermano, trata de imitar su estilo en sus primeros dibujos. En 1904, antes de cumplir los veinte años, ya está en Montmartre, en pleno meollo del París artístico. Se presenta al examen de la École des Beaux-Arts, y suspende. Se matricula en una escuela privada, pero abandona poco después por la vida en los cafés del barrio, donde lleva un cuaderno en el que dibuja escenas de la vida cotidiana. Tras su servicio militar, vuelve a París en 1906, y publica caricaturas y dibujos humorísticos en la prensa, avanzando así una veta decisiva en toda su insólita obra posterior: el humor, la ironía y la parodia. Conocido de Picasso, Matisse y Braque, se va distanciando de ellos cuando presenta una obra que revoluciona el mundo intelectual de su época: un orinal de porcelana, que había comprado con unos amigos en la calle y que fue presentado como obra de arte. A comienzos de 1917, Duchamp bautiza ese orinal con el título La Fuente y lo envía para que integre el conjunto de obras expuestas en la Exposición de los Independientes, una muestra sin jurados ni premios organizada en París. Duchamp es una imparable máquina de ideas y el primero que se atrevió a exponer en un museo vulgares objetos de la vida cotidiana bajo la etiqueta de de arte. Más tarde, se retiró de todo, y decidió consagrarse a sus textos filosóficos y a su gran pasión, el ajedrez. Poco a poco, fue recluyéndose en el anonimato con la única compañía de su esposa.
Hay millones de artistas que crean; sólo unos cuantos miles son aceptados o, siquiera, discutidos por el espectador; y de ellos, muchos menos todavía llegan a ser consagrados por la posteridad. (M. Duchamp)

Hay millones de artistas que crean; sólo unos cuantos miles son aceptados o, siquiera, discutidos por el espectador; y de ellos, muchos menos todavía llegan a ser consagrados por la posteridad. (M. Duchamp)