Stéphane Mallarmé

Nace en París, y a los siete años, al morir su padre, es tutelado por sus abuelos. Estudia el bachillerato en Sens, y sus aficiones literarias se despiertan leyendo a Baudelaire y a Poe. En 1862 conoce a una joven alemana, y deja su empleo para vivir con ella en Londres, con la idea de prepararse para ser profesor de inglés. Comienza su carrera de profesor, primero en Tournon y otras capitales de provincia, y en 1871 vuelve a París. Conoce a Manet, el cual le pinta un retrato, y ambos mantienen una estrecha relación. Durante casi 10 años, los dos se ven a diario, para hablar de pintura, literatura, nueva estética, pero también de gatos y de moda femenina. La dificultad de la poesía de Mallarmé, a menudo hermética, se explica por la gran exigencia que impone a sus poemas, en los que interroga la esencia para desembocar frecuentemente en la ausencia, en la nada, temas recurrentes en su obra. Sus veladas literarias en su casa son el centro de la vida intelectual parisina. Entre otros asistentes, están Paul Verlaine y André Gide. En el 1898 sufre un fatal espasmo faríngeo mientras trabaja en su poema Herodías y pide a su ayudante y a su hija que destruyan sus escritos diciendo: «No hay herencia literaria ahí...». A la mañana siguiente, muere. Su trabajo no fue reconocido en su tiempo más que por sus amistades cercanas, así que nunca pretendió la gloria ni la popularidad.

Soupir

Mon âme vers ton front où rêve, ô calme soeur,
Un automne jonché de taches de rousseur,
Et vers le ciel errant de ton oeil angélique,
Monte, comme dans un jardin mélancolique,
Fidèle, un blanc jet d'eau soupire vers l'Azur!
- Vers l'Azur attendri d'octobre pâle et pur
Qui mire aux grands bassins sa langueur infinie,
Et laisse sur l'eau morte où la fauve agonie
Des feuilles erre au vent et creuse un froid sillon,
Se traîner le soleil jaune d'un long rayon.


Suspiro
(Traducción de Adolfo García Ortega)

Hermana, mi alma hacia tu frente donde sueña
un otoño alfombrado de pecas,
y hacia el cielo errante de tu mirar angélico
se eleva, igual que en un nostálgico jardín
un blanco surtidor suspira al Infinito, siempre fiel.
Al Infinito blando de un octubre claro y puro
que mira en los estanques su languidez inmensa
y deja por el agua mortecina, feroz agonía
de hojas al viento cavando un surco frío,
arrastrarse un sol de tenues rayos amarillos.
 
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