Alejandro Sawa

Nace en Sevilla y se cría en Málaga desde los ocho años. Muy pronto demuestra su inquietud por la literatura. A los diecisiete años se traslada a Madrid con la ilusión de abrirse camino en los ámbitos periodísticos. Sorprendidos por su precocidad artística, le prestan apoyo algunas figuras del mundillo literario madrileño. Se va a París en 1889, donde permanece siete años, y lleva consigo su imagen de poeta romántico, de andaluz arabizado, que tanto impresionaría a Verlaine, y se integra en los movimientos literarios, acudiendo a las tertulias de los cafés. Conoce a Maupassant y a Mallarmé. Libertino soñador, vive y bebe a conciencia la noche parisina, las noches del Barrio Latino, haciéndose unas risas, versos y unas absentas con un envejecido Paul Verlaine, con el que tiene una estrecha amistad. “Allí la embriaguez no se deformó nunca hasta la borrachera, ni se adulteró el amor con escrituras ni contratos, ni la admiración aceptó mixturas con los ácidos de la envidia. Allí se vivía, se vivía plenamente en el más holgado sentido del vocablo”, recordaría después. Se convierte en el auténtico bohemio, en el representante de una existencia puramente efímera y de brillo fugitivo. Conoce a Jeanne Poirier, su gran amor, y poco tiempo después de conocerse empiezan a vivir juntos. Es conciente que necesita mayores ingresos para poder mantener a su familia, y al comprobar las difícultades que tiene para conseguirlo a través de la literatura, decide jugar en los casinos, pero le sale mal, y su situación económica empeora. Abandona París y vuelve a España para reanudar su carrera literaria, y allí continúa su vida bohemia de siempre, frecuentando las tertulias de Valle-Inclán, y redactando en varios periódicos. El derrumbamiento físico y moral es progresivo. Se queda ciego, pierde la cabeza y muere hundido en la miseria, a los cuarenta y siete años, en su humilde casa de Madrid. Siempre buscó el ideal de la pura y auténtica bohemia, el agua verde del absenta, y esas callejuelas por donde circula el arte.

La mujer de todo el mundo (fragmento)

Había, sin embargo, como ocurre en todas las reuniones humanas, díscolos que no se acomodaban al programa, que levantaban la cabeza por cima del rasero, que no querían ser así como una dilatación de los demás... -Una pareja adorable, la pareja de todos los idilios antiguos como modernos, él y ella, pero él vestido prosáicamente de americana o chaquet, y ella de... -¿qué importa? ¿a qué la descripción del traje? -amante y amada, lanzaban al aire, sin pensar en ello, frases de amor que recogían las nubes automáticamente, cumpliendo su fatalidad, con la misma indiferencia con que recogen el perfume de las flores o el aliento de las cloacas; y en el piso enarenado que tenían ante su vista, -una extensión de dos metros, a que ponía límite triple hilera de árboles alineados en formación correcta, una palabra escrita en gruesos caracteres de imprenta con la contera del bastón por cualquiera de los dos amantes, probablemente por la mujer, una sola palabra, «Amor», la más enorme síntesis que se conoce.
 
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