"Un lugar donde todo olía a trabajo y desorden, con un somier de cuatro patas en un rincón, una pequeña estufa de hierro, oxidada, soportando un barreño de tierra cocida que servía de lavabo, al lado mismo, en una mesa de madera blanca, una toalla y un pedazo de jabón. En otro rincón un baúl mísero pintado de negro constituido en asiento poco cómodo. Una silla de paja, caballetes, telas de todos los tamaños, tubos de colores desperdigados por el suelo, pinceles, recipientes con aguarrás, ninguna cortina, todo ello encima de un entarimado en estado de putrefacción. Pero en este miserable taller, y rodeado de los constantes ruidos callejeros, pintó Picasso los fantásticos cuadros de su magnífico período azul".
Allí cantaban, pintaban, recitaban poemas, bebían, bailaban hasta la madrugada, felices de ser jóvenes y de estar llenos de proyectos.